Te de Ceilán





Este verano, dando la vuelta a la conocida frase de Catherine Douzel: “Cada taza de té representa un viaje imaginario”, he partido en busca de las más famosas plantaciones de té del mundo en las verdes montañas de Sri Lanka, la antigua Ceilán. Tras conducir decenas de horas por sus infernales carreteras, puedo asegurar que aquello no es apto para conductores afectados por cardiopatías o con un mínimo de 20 años de experiencia conduciendo… por la izquierda.
Enormes camiones desvencijados y autobuses tartana, se adelantan unos a otros cuando les viene en gana ocupando todo el ancho de la calzada con lo que, ciclistas, motocarros de latón y utilitarios como el mío, nos veíamos obligados con inaudita frecuencia a evitar la colisión frontal saliendo bruscamente de la vía, tratando de no atropellar a los pacíficos hindúes que suelen pulular por sus arcenes. Si de sustos estaban plagadas las rectas, imagínese lo que es topárselos de frente y en curva por las zigzagueantes y peligrosas carreteras de montaña, especialmente por las que discurren entras las poblaciones de Kandy y Nuwara Eliya, lloviendo y de noche.
Si la peligrosidad de sus carreteras es inolvidable, otro tanto puede decirse de la belleza de los paisajes montañosos que las rodean. Su altura, que supera los dos mil metros, la cercanía al ecuador y la humedad marina que envuelve esta isla, que es la mayor del Índico, convierten sus montañas en un efectivo condensador natural. Desde sus cimas, siempre densas y verdes, se descuelgan innumerables cascadas en las que, de vez en cuando y en cotas superiores, se colocan pequeñas represas conectadas a mangueras que se colocan al pie de las cascadas, en el borde de la carretera. De ellas brota el agua con tal presión, que algunas curvas se convierten en gratuitos lavaderos de coches y camiones y otras en impresionantes surtidores.
Entre cascada y cascada, las montañas han sido labradas desde hace un par de siglos para cultivar el mejor té del mundo. Cada montaña pertenece a una compañía, que a su vez se parcela en grandes divisiones con sus propios rótulos a semejanza de los viñedos de más selectas bodegas francesas. Cada una de ellas trata de ensalzar su calidad y emular a las otras compañías, embelleciendo los márgenes de sus plantaciones con macizos de flores y arbustos en los que arte topiario heredado de los británicos y la mano del jardinero logran paisajes deliciosos.
El arbusto del té (Camellia sinensis) es un arbusto perenne de flores tan hermosas como las de sus parientes, las celebradas camelias (Camellia japonica). En estas montañas suele tener una altura cercana al metro y medio y las matas se disponen en hileras paralelas a las curvas de nivel, separadas por pasillos y escaleras empedrados, para facilitar la recolección de sus hojas sobre un suelo siempre embarrado los por los monzones y las nieblas de montaña.
Aunque Sri Lanka presume de tener en mejor té del mundo y la mayor producción per cápita, en términos absolutos la superan ampliamente China e India. Lo curioso del caso es que estas montañas eran famosas por cultivarse en ellas, desde hace siglos, casi exclusivamente café, cuando la isla perteneció a Portugal y posteriormente a los Países Bajos. Hacía 1815 Ceilán fue cedida al Imperio Británico y al poco tiempo los cafetales fueron diezmados por un hongo. Los ingleses, con gran acierto, los sustituyeron por las plantaciones actuales logrando uno de los tés de mayor calidad del planeta. Por algo Bernard Shaw dijo: “Los ingleses tienen solamente tres cosas buenas: el té, Óscar Wilde y yo, que somos irlandeses”. Qué importan Shakespeare, Winston Churchill o Los Beatles si en sus mesas puede haber una perfecta taza de té…