MÁS ALLÁ DEL RECICLAJE





Puesto que realmente nada se crea ni se destruye, sino que se transforma, podemos considerar que la muerte es la forma que tiene la Naturaleza de reciclar a los seres humanos. Todos estos pensamientos afloraban en mi mente hace un par de días mientras paseaba por los lúgubres campos de concentración de Auschwitz y Birkenau, en donde fueron exterminados más de un millón de personas, fundamentalmente judíos.
El hombre actual comprende que una forma de respetar el mundo que le aloja y de prolongar su estancia en él, es reciclar lo que ya no sirve, o lo que se ha marchitado o muerto. Los nazis ni siquiera esperaban a la muerte para reciclar; se saltaron ese paso. Es más, mataron para reciclar, porque la vida de los judíos no tenía valor para ellos, pero podían aprovechar sus pobres pertenencias… e incluso sus cadáveres. En Auschwitz, el perfeccionismo alemán llevó a los nazis a un grado de reciclaje tal que estremece ver las pruebas que se muestran en el museo de dicho campo de exterminio.

Montón de aparatos ortopédicos extraídos a judíos en Auschwitz
Las cuatro horas que anduve en soledad recorriendo y fotografiando Auschwitz y Birkenau durante el frío ocaso polaco del pasado viernes 13, una vez cerrado el campo a los grupos de turistas, y las salvajadas que vi esa tarde, quedarán siempre grabadas en mi memoria como una de las mayores infamias que ha cometido el ser humano.

Antiguas vallas electrificadas de Auschwitz
Del millón de judíos que murieron gaseados con Zyklon B en sus cámaras, que aseguran fueron construidas por SIEMENS, el gigante de los electrodomésticos, se obtuvieron, en primer lugar, sus equipajes. Estos eran registrados, en busca de joyas y objetos de valor, y los vasos, platos y utensilios de utilización en los campos eran catalogados aparte. Hoy en día se conserva en el museo una enorme montaña de ellos. Antes de hacer pasar a los presos desnudos a las supuestas duchas, que en realidad eran cámaras de gas, les sugerían doblar y ordenar sus ropas y gafas en pos de una mejor catalogación. Una vez exterminados, se les arrancaba todo tipo de prótesis para su reutilización. A las mujeres se les rapaban los cabellos, que se guardaban enteros para fabricar colchones y como material de relleno y aislamiento. Con tenazas, se arrancaba lo más preciado: sus dientes de oro, que eran enviados a fundir en lingotes. El régimen nazi canjeaba esos mismos lingotes, a través de Suiza, por lingotes de wolframio español durante la II Guerra Mundial. El caso extremo de sadismo llegó con la fabricación de pantallas de lámparas a partir de la piel arrancada a los cadáveres.

Campo de exterminio de Auschwitz II (Birkenau)
Auschwitz, Oświęcim para los polacos, aunque contaba también con hornos y cámaras de gas, tenía más bien un carácter administrativo y de trabajos forzados. Está formado por 28 bloques de barracones, además de un hospital y una cárcel. Todo el recinto está rodeado por una doble alambrada electrificada y su entrada está presidida por un arco metálico con la famosa frase, tan paradójica “ARBEI MACTH FREI”: “El trabajo os hará libres”. El letrero fue robado y destrozado en 2009 y el actual es una réplica.
Auschwitz-II o Birkenau, situado a 3 kilómetros del anterior, es un campo aún mayor y, sobre todo, mucho más mortífero. Aquí las víctimas llegaban en vagones de ganado y eran inmediatamente catalogadas en función de su capacidad de trabajo. De esta manera, mujeres, niños, enfermos y ancianos eran inmediatamente conducidos a una de sus cuatro grandes cámaras de gas, capaces de exterminar a más de mil personas en cada sesión de 20 minutos. Hubo momentos en que llegaron a gasear a más de 10.000 personas diarias, con el problema añadido de hacer desaparecer tal cantidad de cuerpos ya que los hornos no daban abasto. La montaña que formaban obligó a labrar surcos a su alrededor para que se desaguasen por ellos los fluidos corporales junto con los gusanos, producto de la descomposición.

Entrada principal de Auschwitz II (Birkenau) Polonia
La tierra, los campos que albergaron las cenizas y los restos de los muertos, no han podido reciclarse. Son campos muertos, oscuros, yermos, espinosos como las vallas que perduran, a la vez en duelo y penitentes, que no han dejado crecer nuevos árboles ni nuevas flores, para que el mundo nunca olvide que las vidas han de apagarse solas y no por la mano de nadie. Al salir de allí, quedó para siempre en mi retina la imagen de sus alambres de espino recortados contra un cielo de sangre.
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