Mantis religiosa





Una paqueña Mantis religiosa fotografiada cerca de Brihuega (Guadalajara)
Dicen que la cara es el espejo de alma, pero hay animales cuya graciosa apariencia nada tiene que ver con la realidad. Hoy les hablaremos sobre la mantis religiosa, conocida también como santataresa debido a que su postura de ataque, con las garras unidas a modo de oración, junto con su triangular cabeza, recuerdan a una pacífica monja recogida en sus rezos. Este es el caso más claro en el mundo animal de que el hábito no hace al monje. A pesar de su nombre y de su candoroso disfraz, la mantis es uno de los depredadores más feroces e implacables.

Fotomacrografía del rostro de una Empusa pinnata (Guadalajara)
La mantis religiosa (Mantis religiosa) es una de las 2.400 especies del orden de los mantodeos que pueblan todo el planeta y, en especial, los trópicos. Curiosamente, en el Nuevo Mundo nunca han existido hasta 1899, cuando llegaron a Norteamérica con unos plantones forestales. Lo hicieron con tal éxito que la mantis se ha convertido en el insecto oficial del estado de Connecticut.
En Guadalajara, los mantodeos más conocidos son la citada mantis religiosa y la empusa (Empusa pennata), que es el animal de la foto derecha con pinta de obispo intergaláctico. La primera, que es de la que hablaremos, es un insecto de mediano o gran tamaño, de hasta diez centímetros, que de joven tiene un color verde intenso que puede mudarse a diversos tonos de verde o marrón en función del entorno en que se mueva, ya que tiene la capacidad de cambiar lentamente su color. En algunas especies, como la mantis orquídea (Hymenopus coronatus) de Indonesia, su camuflaje alcanza tan esplendor que la convierten en algunos de los insectos más bellos del mundo. Esta capacidad de camuflaje es de suma importancia debido a que su caza es al acecho. El espectáculo que supone verla cazar en libertad es impresionante.
Su cabeza triangular puede girar en todas las direcciones. Está rematada por dos finas y largas antenas entre las que se encuentran tres diminutos ojos simples u ocelos y dos enormes ojos compuestos por omatidios que son un prodigio de agudeza visual. Debido a su disposición frontal tienen un campo visual de yuxtaposición de 240 grados, lo que le permite un cálculo de distancias de ataque tridimensional de gran precisión. Se han hecho experimentos en los que se les ha cegado un ojo al nacer y a los pocos meses han recuperado la visión tridimensional, lo cual resultaría inaudito en otro tipo de animales. Es posible que, como sus ojos compuestos son tan grandes, utilice grupos distantes de omatidios, dentro del mismo ojo sano, para reconstruir la visión tridimensional.
Al igual que otros insectos, es capaz de ver en la gama del ultravioleta y azul verdoso, pero es ciega al naranja y rojo. Como hemos dicho, cada ojo está compuesto por centenares de omatidios cuya densidad aumenta en la parte más central y plana el ojo, que es dónde su visión es más precisa. Cuando miramos de cerca alguno de los grandes ojos compuestos de una mantis o de una libélula, nos da la impresión de que nos miran fijamente, debido a que aparece un punto oscuro, parecido al iris humano, que se mueve si cambiamos de posición. Realmente, ésta pseudopupila es un efecto óptico causado por la alineación de los tubos de los omatidios con el observador. Lo que vemos son los pigmentos internos del fondo.
Su impresionante cabeza termina en unas fauces rematadas con potentes mandíbulas capaces de partir en dos insectos tan grandes y duros como un grillo.
Lo más característico, sin embargo, es su primer par de patas que muestra una hipertrofia desmesurada para adaptarse a la captura y sujeción de grandes presas gracias a las fuertes espinas que cubren sus flancos. Sujetando una mantis por el cuerpo y acercándola un palo, es fácil que se agarre al mismo y colgar luego en él pesas de más de ochenta gramos, es decir más de setenta veces su peso, que es como si nosotros pretendiésemos sostener seis toneladas y media. Con semejante fuerza y una rapidez de ataque de tan solo 65 milisegundos, no es de extrañar que los grandes ejemplares tropicales tengan en su dieta lagartijas, ratones y pequeñas aves.
Los ejemplares más grandes y sádicos son las hembras. Una vez fecundadas por el macho, si éste no huye a tiempo, suelen devorarlo por completo empezando por la cabeza y acabando por sus genitales, lo cual, aún póstuma, no deja de ser una cortesía.
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