MÁGICAS LUMINISCENCIAS





El autor ante un reacción de quimioluminscencia entre aminoftalato, peróxido de hidrógeno y un DYE verde amarillo
La magia existe. La magia de la sorpresa, el descubrimiento, la ilusión. Mi infancia está salpicada de magia y tenues destellos. Los de las luciérnagas que sobrevolaban un jardín; la pálida luminiscencia verde-amarillenta que rodeaba como un halo divino la Virgen de Fátima sobre el peinador de mi madre; el brillo de las agujas de mi reloj de la Primera Comunión moviéndose lentamente mientras las contemplaba arrobado y arropado bajo las sábanas de mi alcoba de colegial.
Seguro que usted, como yo, se quedó alguna vez maravillado al observar en la penumbra algún objeto fosforescente. Estamos acostumbrados a relacionar luz con calor, a que la luz proceda siempre de objetos calientes como el Sol, una vela o una bombilla incandescente, así que cualquier otro tipo de luz fría provoca en nosotros una mágica fascinación. Ocupémonos de esas otras luces.

Fluorescencia. Una alumna del II Posgrado Internacional en Imagen Científica experimenta en su piel maquillaje fluorescente bajo luz de Wood
La fluorescencia y la fosforescencia son dos fenómenos similares que ocurren de forma excepcional cuando en algunos compuestos existen pequeñísimas trazas de elementos activadores, por lo general pertenecientes al grupo de las Tierras Raras. Tales compuestos encierran el don de la mutación cromática: se excitan al iluminarlos con algún tipo de luz y reaccionan emitiendo una luz de otro color. Las pinturas del túnel del terror de una caseta de feria en la que ciertas pinturas se iluminan con luz negra (ultravioleta) y emiten luz verde o naranja, son el mejor ejemplo de ello. Este fenómeno se denomina fluorescencia y la emisión de luz del objeto durará exactamente el mismo tiempo que el de la luz que lo excitó. La fluorescencia se emplea, entre otras muchas cosas peregrinas, para clasificar minerales (imagen superior izquierda), para detectar de fluidos corporales, como el semen en la escena de un crimen, e incluso en los detergentes para que, al recibir la luz solar, la ropa parezca más limpia y azulada.
Cuando el objeto sigue emitiendo algo de luminosidad aunque hayamos dejado de excitarlo con otra luz, nos encontramos ante el fenómeno de fosforescencia, que debe su nombre a que se observó por primera vez sobre compuestos a base de fósforo. Son ejemplos del extendido fenómeno la luz emitida por las agujas y los números de los viejos relojes, los rosarios y las imágenes fosforescentes, las señales de emergencia y muchos otros. En ambos tipos de luminiscencia existen otros elementos químicos llamados venenos, como el hierro, que en pequeñísimas cantidades son capaces de extinguirlos.

Posiblemente el mineral más espectacular bajo luz ultravioleta sea la Willemita procedente de la Mina Franklin de New Jersey, que presenta dos fluorescencias distintas bajo luz UV de onda corta y larga.
Existen otros tipos de luminiscencias más insólitas, como la quimioluminiscencia y la bioluminiscencia en que la emisión de luz es también fría y producto de una reacción química. Un ejemplo del primer caso son los bastoncillos luminosos que hacen las delicias de los niños o mueven al ritmo de la música las charangas callejeras. Contienen dos líquidos: uno es un compuesto quimioluminiscente y el otro agua oxigenada confinada dentro de un fino tubo de vidrio que, al romperse, reacciona con el primero emitiendo luz ultravioleta que, al interaccionar con un colorante fluorescente como el de los rotuladores, emite luz de distintos colores (imagen superior). La bioluminiscencia, de la que ya hablamos en el artículo dedicado a los mares de ardora, se produce en el interior de los organismos vivos. Luciérnagas, calamares y algunos crustáceos sintetizan una proteína llamada luciferina que se descompone mediante una enzima propia (llamada luciferasa, como no podía ser menos) que acaba por producir una luz visible verde-azulada.
Entre las otras luminiscencias, aún más raras, como la sonoluminiscencia, radioluminiscencia (a la izquierda abajo poder verse un tubito de tritio radiactivo), termoluminiscencia y triboluminiscencia, destaca esta última por la facilidad de poder recrearla en casa.

Radioluminiscencia. Una ampolla llena de gas tritio radiactivo, con las paredes recubiertas de fósforo. Las partículas beta emitidas excitan el fósforo que emite una luz que dura varios años. Dispositivos similares los usan las fuerzas SEAL para leer los mapas por la noche.
La triboluminiscencia (del griego tribos=frotar) se produce al frotar o golpear ciertos compuestos como cuarzo o azúcares. La luz que se emite es muy débil y debemos estar al menos dos minutos a oscuras para poder observarla mientras realizamos dos experimentos muy sencillos.
El primero consiste en apretar con unos alicates hasta su rotura un caramelo de azúcar natural, como los famosos adoquines maños. Lograremos así que el caramelo desprenda una fantasmal luz azul. El otro es aún más sencillo y consiste en pegar sobre una mesa de cristal medio metro de cinta adhesiva clásica. Tras acostumbrarnos dos minutos a la oscuridad total, tiraremos fuertemente del extremo de la cinta rompiendo así bruscamente los azúcares que componen su adhesivo. Sobre la mesa podremos observar durante unos instantes una misteriosa línea de luz azulada.
Haciéndolo, recuperaremos por unos instantes la nostalgia de la niñez. Cuando termine el breve destello descubriremos el eterno retorno de lo mismo: que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.
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