¿Por qué las hojas de los árboles cambian de color en otoño?



¿Por qué las hojas de los árboles cambian de color en otoño?
¿Hay acaso algo más extraordinario en el paisaje que un árbol que hace apenas una semana aún tenía un color verde lustroso, se haya tornado ahora rojo escarlata brillante, como si cada hoja que se interpone entre uno mismo y el sol hubiera estado sumergida en un tinte? ¿Quién iba a pensar hace diez días que ese árbol verde y frío adoptaría semejante colorido? Es demasiado hermoso para creerlo.
Como es bien sabido, las plantas viven gracias a la clorofila de las hojas, un pigmento capaz de utilizar la luz solar para transformar el dióxido de carbono y el agua en materia orgánica. Al acortarse los días y descender la temperatura, se detiene la función clorofílica y el árbol se prepara para el letargo invernal. Para ahorrar agua y energía se desprende de las hojas a medida que estas se mustian por falta de clorofila.
La caída de las hojas se produce porque, cuando las horas de luz disminuyen y baja la temperatura, el árbol sintetiza un espeso azúcar llamado calosa que tapona las placas cribosas. Estas placas microscópicas se encuentran en la base de los peciolos que sujetan las hojas a las ramas.
El primer síntoma de ese taponamiento es la interrupción en la síntesis de clorofilas, que son los pigmentos que dan el color verde a las hojas. Desaparecida la abundantísima clorofila, adquieren protagonismo otros pigmentos que el resto del año estaban enmascarados bajo el manto verde y el árbol, mutatis mutandis, se cubre con el abigarrado manto que le proporcionan los amarillos de los flavonoides, los rojos de las antocianinas y los anaranjados de los carotenos.
Es el preludio de la desnudez. Finalmente, la placa cribosa se obstruye por completo y la hoja cae al suelo por falta de nutrientes. Aún muerta, no ha terminado su trabajo porque su materia orgánica, antes viva, ahora inerte, sirve para de alimento para los microrganismos descomponedores que acabarán por devolver al suelo los nutrientes que las raíces del gigante le habían hurtado durante buena parte del año.
Aunque el color depende de cada especie y de la cantidad de pigmentos que contengan sus células, el momento y la intensidad de los colores de un ejemplar en concreto está ligado al clima, y en concreto a la temperatura y la humedad de la comarca donde vive.
Años como el que nos deja, en el que los días han sido muy cálidos y las noches muy frías, pero sin heladas, ofrecen los colores más refulgentes. Así que aproveche este año para deleitarse con los maravillosos colores del otoñales.

Otoño en el hayedo de Urbasa (Navarra)
Y piense que si un fenómeno semejante sucediera sólo una vez cada siglo, la tradición lo acabaría convirtiendo en la leyenda. ¿No vale la pena disfrutar cada otoño como si fuese el único que veremos?
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