La Procesionaria del pino






Coincidiendo con la Semana Santa, quienes en esas fechas se relajan acampando en los pinares, puede que hayan observado, reptando por los suelos, las largas hileras de orugas de la procesionaria del pino. Una plaga que hoy es más bien considerada un problema de salud pública.
La procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa) es un lepidóptero cuya fase larvaria es la conocida oruga que ataca a todas las especies de pino, cedro y abeto de Europa meridional, aunque en España los bosques de pino silvestre apenas resultan afectados.
En Guadalajara, donde transcurren mis correrías fotográficas, no he observado jamás ninguno. Como biólogo, pienso que es posible que ello sea debido a la mayor altitud y al frío que soporta este árbol, que podrían ser desfavorables para el insecto, aunque tampoco es descartable que, al tratarse de pinares naturales que se encuentran en su clímax, su mayor vigor y fortaleza los hace resistir mejor los ataques de la voraz oruga; podría pensarse, incluso, que como el silvestre es la especie de pino con acículas más pequeñas, y siendo estas la base de la alimentación de la oruga, la tendencia evolutiva hubiera dirigido al insecto hacia especies nutricionalmente más rentables.
Sea como fuere, hacia el mes de abril, las orugas, ahítas de las acículas que han devorado durante todo el invierno, descienden por el tronco en largas hileras encabezadas siempre por una hembra. La función de estas procesiones, en las que cada individuo aprieta su cabeza al ano del que le precede, es protegerse y esconder la cabeza, que es el sitio donde suelen instintivamente picar los pájaros a gusanos y culebras. Si molestamos a la procesión con un palo, veremos cómo enseguida forman una bola en la que las cabezas intentan permanecer en el interior. Cuando se fragmenta la comitiva, los individuos se juntan buscando el pequeño rastro de seda que van dejando los anteriores.
Las orugas en este último estado son extremadamente peligrosas para niños y mascotas, ya que suelen desprender en el aire pelos urticantes, ricos en una toxina termolábil, la thaumatopina, que puede provocar desde ulceraciones en la piel, hasta la asfixia si los pelos se respiran y el niño o la mascota son alérgicos a ella.
Las orugas se entierran luego individualmente en el suelo para pasar la fase de crisálida y eclosionan al comienzo del verano en forma de mariposas, una fase efímera que apenas dura dos días, durante los cuales vuelan y se aparean. Luego, realizan la puesta de huevos en las copas de los pinos y un mes después brotan de ellos unas pequeñas orugas que enseguida empiezan a comportarse de forma gregaria construyendo unas pequeñas bolsas de seda donde se refugian durante parte del día y al bajar mucho la temperatura al final de la noche. En el siguiente estado larvario aumentan aún más su voracidad y su tamaño, y forman los característicos bolsones blancos que vemos en las copas de los pinos. El ciclo termina con el descenso ordenado de las orugas por el tronco formando la conocida procesión.
Como estas mariposas son de hábitos nocturnos, resulta difícil todo intento de controlarlas por medio de aves insectívoras. Inicialmente se erradicaban cortando y quemando a mano los bolsones más accesibles y destruyendo el resto a base perdigonazos con cartuchos conteniendo una munición muy menuda llamada mostacilla. Las fumigaciones con piretrinas y otros insecticidas fueron prohibidas en la UE en 2012 por los daños colaterales que causaban al resto de la fauna del pinar. En mi universidad se ensayó un método, más selectivo, fumigando con esporas de Bacillus thuringiensis, que es una bacteria que ataca al sistema intestinal de la oruga paralizando las mandíbulas y el tracto intestinal, lo que provoca el cese de su alimentación y con ello su muerte, pero también dañaba a otras especies de insectos y se acabó abandonando su uso. El uso de trampas de feromonas, aunque de efectividad muy limitada, es el único tratamiento forestal empleado en la actualidad.
Hoy en día el panorama ha cambiado y se sabe que las procesionarias raramente ocasionan la muerte del pino. Hay ecólogos que incluso son contrarios a su exterminio debido a que sus excrementos enriquecen con nutrientes el pobre suelo del pinar. De esta forma, lo que antes se consideraba una plaga forestal, ha pasado a convertirse en un simple problema de salud pública, especialmente cuando los pinos infectados se encuentran en áreas de acampada o en parques infantiles, por el peligro que conllevan.
0