El embrujo sexual de las orquídeas




EL EMBRUJO SEXUAL DE LAS ORQUÍDEAS
¿Sabía usted que una palabra tan elegante como “orquídea” deriva de algo tan vulgar como los testículos? En efecto, orquídea en griego significa exactamente eso, pues sus raíces en tubérculo se asemejan a los tan alabados atributos del caballo de Espartero.
Las orquídeas son un vasto grupo de plantas que comprende más de 25.000 especies repartidas por todo el mundo, especialmente en los trópicos, con unas flores muy complejas. Si trazáramos el árbol genealógico de las plantas con flores, las orquídeas reinarían en la copa, en el paraíso de las plantas más evolucionadas. Sus relaciones ecológicas con hongos y ciertos polinizadores las hacen sumamente interesantes al recurrir a trucos que pueden parecer increíbles.

La orquídea abeja (Ophrys speculum),
Por ejemplo, la bellísima orquídea abeja (Ophrys speculum), tan abundante en la zona norte de Guadalajara, vive asociada a un hongo simbionte que la alimenta desde que brota de la semilla y la acompaña luego durante toda su vida. El hongo, artífice germinal de la semilla, le proporciona luego agua y minerales a sus raíces, mientras que la planta, gracias su fotosíntesis, le facilita al hongo los azúcares necesarios para su supervivencia. Esa íntima relación que les impide vivir por separado, explica por qué es casi imposible trasplantar muchas especies de orquídeas.

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La curiosa flor de la orquídea abeja es toda una maravilla de la naturaleza en cuanto a la estrategia que sigue para atraer a los insectos. Sus granos de polen, adheridos los unos a los otros en dos viscosas masas, las polinias, por su gran peso solo pueden viajar a lomos de un insecto. Su flor, además de segregar unas feromonas que atraen a una especie concreta de avispa (Dasyscolia ciliata), adoptan la forma y color de la hembra, incluso imitando sus pelos. Su apéndice inferior, el labelo, es nada menos que un espejo azulado en forma de vientre femenino en el que se refleja el macho, en un mimetismo tal que el amoroso Don Juan alado no puede resistir.
Encendido hasta el paroxismo por la trampa que le tiende la astuta orquídea, el macho copula frenéticamente con el vientre de su burladora. Va y viene, viene y va, y la agitada e inútil danza sexual consigue lo que quería la flor: su burlado y exhausto amante acaba, si no cornudo, sí coronado con las viscosas polinias que acabará dejando sobre otra flor, a la que fecundará cuando renueve un nuevo y vano intento de coyunda. Burla burlando, sin más recompensa que el engaño, las orquídeas, Mata-Haris de las praderas, consiguen quedar fecundadas.
¡Amor anhelado, amor desdichado! Ni la flor ni el insecto entenderán jamás el significado de su acto de amor, pero ¿cómo van a saber ellos que gracias a su danza el mundo sigue girando?