El romero



¿Alguna vez le han acosado orondas gitanas cerca de la catedral granadina armadas con unas verdes ramitas? ¿Se ha encontrado dichos tallos en los más deliciosos asados? En ambos casos se trata de una de las plantas más típicamente mediterráneas: el romero, de la que les hablaremos hoy.
El romero (Rosmarinus officinalis) crece en toda la región mediterránea desde los mil quinientos metros de altura hasta el nivel del mar. Precisamente a esto hace referencia su nombre latino Rosmarinus, que significa literalmente “rocío marino” en alusión, tanto al fino vello blanquecino que cual fresco rocío recubre al nacer sus hojas más jóvenes, como a su capacidad para descender hasta el mismísimo nivel del mar. El epíteto officinalis significa que es muy utilizado en ”las oficinas” de farmacia, que es como se denominaba antiguamente a las boticas, lo que nos da una idea también de sus numerosos usos y virtudes medicinales, tanto cicatrizantes y desinfectantes, como anti vomitivas y anti artríticas. Su aceite es un excelente protector gástrico que, aplicado sobre la cabeza, también impide la caída del cabello. ¿Y qué decir de su miel?. La de la Alcarria, y en concreto la variedad monofloral de romero, está considerada como la mejor miel de España.
La planta es un arbusto leñoso que puede alcanzar los dos metros de altura. Sus hojas son pequeñas y alargadas, de color verde oscuro y consistencia algo coriácea. Tienen el borde doblado hacia el envés, dándola una forma casi cilíndrica que sirve para proteger esa zona rica en pelos protectores y secretores en donde se crea un microclima que salvaguarda los aceites esenciales de la sequedad del ambiente.
Curiosamente el aroma del romero y el de todas las labiadas, que es la familia que incluye esta especie y la mayoría de las plantas aromáticas mediterráneas, tienen ese olor como mecanismo de defensa contra los herbívoros. Es decir que los maravillosos aromas de romero, lavanda, ajedrea, menta, melisa, salvia, orégano y albahaca que tanto nos atraen, a otros animales les producen tal repugnancia que evitan comerlos.

La foto que encabeza este artículo es un mosaico de 24 fotos tomadas con un microscopio óptico y corresponde al corte transversal de una hoja de romero en la que se aprecia muy bien la curvatura del borde de la hoja. El haz, que es la parte superior de la hoja, está tapizado por la epidermis, que posee una cutícula bien desarrollada que aparece teñida de rosa (1), la epidermis de esta zona está preparada para soportar fuertes insolaciones y carece por tanto de pelos y de estomas. Bajo la epidermis aparecen unas células grandes, de paredes gruesas y azuladas (4); que son las células de colénquima que se distribuyen como una fina capa correspondiente a la hipodermis o formando tabiques que penetran en la hoja para darle consistencia. Las células del parénquima en empalizada (2) son las que realizan casi todas las funciones de la hoja, como la fotosíntesis y el almacenamiento de reservas. Los haces vasculares entran por el peciolo y discurren por el nervio central de la hoja. Por ellos circula la savia que entra en bruto y sale tras la fotosíntesis como savia elaborada. En la foto están marcados como (3).

Detalle de la sección transversal del haz vascular de una hoja de romero
Si nos acercamos veremos que realmente están compuestos por tres tipos de células: las que dan rigidez y soporte a la hoja, que son el esclerénquima (las células con la pared muy gruesa), el xilema que es por donde entra la savia bruta (en la foto en color rojizo) y el floema que es por donde sale la savia ya elaborada hacia el resto de la planta.
En el envés vemos como la hoja se curva para salvaguardar la zona de pelillos protectores (filamentos rosas) (5) que retienen el aire húmedo transpirado y los pelos glandulares o setas (marcado uno de ellos con una flecha negra) que son los que secretan su preciado aceite aromático que, como hemos visto, realmente son un arma defensiva.
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