El cañón del río Mesa





El impresionante cañón del Mesa, uno de los menos conocidos de Guadalajara
Con este artículo inauguramos una serie sobre los cañones más hermosos y menos conocidos de Guadalajara, empezando por los del Señorío de Molina, un territorio enclavado en el corazón de la Península Ibérica y en el tercio más oriental de la provincia de Guadalajara. El rasgo paisajístico fundamental del Señorío es el del páramo, un frío y seco altiplano surcado por profundos cañones y sometido a uno de los climas más duros del país.
Junto a su baja población y a su alejamiento de las principales vías de comunicación, la orografía y el clima lo convierten en uno de los territorios más desconocidos, inexplorados y sorprendentes de España, una comarca aislada de paisajes bellos y agrestes que ha generado su propia historia y desarrollado unas costumbres y una arquitectura dotadas de una fuerte personalidad.

En la parte superior de los farallones abundan los nidos de buitres leonados y alimoches
Prácticamente, toda el Señorío pertenece a la cuenca del Tajo menos algunos arroyos de caudal irregular que recorren parte de los términos de Villacadima, Miedes de Atienza y Paredes de Sigüenza, que vierten sus menguadas aguas al Duero. Con más caudal y caudal de verdaderos río, el Piedra y el Mesa, ambos afluentes del Jalón y, por tanto, tributarios del Ebro, serpentean por en el cuadrante nordeste excavando a su paso profundos cañones. El primero tiene una longitud de 76 Km y el segundo de apenas 54. Ambos confluyen en el zaragozano embalse de La Traquera que desagua en el Jalón a la altura de Ateca.
El río Mesa, que es el que hoy nos ocupa, nace oficialmente a 1.272m de altitud en Selas, un pequeño pueblo acostado en el margen de la carretera que va de Alcolea a Molina de Aragón, en cuya cuneta fluye, aunque he de confesar que lo de fluir es más metáfora que realidad, habida cuenta que hasta Mochales su cauce suele estar siempre seco. Para visitarlo lo mejor es tomar el desvío que, desde la carretera anterior, sale de Maranchón hacia Villel de Mesa. A los 8 km divisaremos Codes, un pueblo de halo misterioso, que corona un cerro testigo rodeado de extensos sabinares. El misterio radica que su amplia plaza principal, la Plaza del Navajo, está ocupada, haciendo honor a su nombre, por un oculto navajo que mantiene el agua todo el año y cuya cara oeste, que es la más profunda, está cerrada por un viejo muro. Geológicamente, la existencia de una laguna con surgencia de agua en la cumbre de un cerro puede parecer a primera vista inexplicable y lo sería si el viajero no fuera lo suficientemente curioso como para dejar de leer la interpretación hidrogeológica del fenómeno que, con todo detalle, ofrece un panel explicativo situado a su vera.

La carretera se ciñe al río encajonada en unos paredones impresonantes
La verdadera ruta empieza al llegar a Villel de Mesa. Un kilómetro antes, justo donde la carretera cruza el río, conviene aparcar en su margen ya que, paralelo al puente, se encuentran las ruinas de otro más antiguo conocido como el puente romano. Si miramos por la otra barandilla del puente, veremos a nuestros pies despeñarse un torrente que procede del caz que alimenta el molino anejo. Finalmente, si oteamos hacia el sureste, veremos la Peña de la Cabezuela que, en equilibrio inestable, recorta su cúbica silueta contra el cielo. Y si columbramos más allá, alcanzaremos a ver Villel, con la mole de su castillo del siglo XI que, sobre una peña, emerge del poblado y parece desafiar a celliscas y solanas encaramado en un otero.. Por estos pagos, la vega del Mesa, ajena a la aridez del clima de las laderas y a sus descarnadas rocas impropias para cualquier cultivo, es fértil y muy feraz y generosa con los labriegos que la cultivan con mimo. Pasado Villel se encuentra Algar de Mesa, último pueblo de la provincia, en donde el río se encajona entre paredones verticales que en algunos puntos alcanzan 200 metros verticales, especialmente en el tramo entre Calmaza y Jaraba; ya en la provincia de Zaragoza.

santuario rupestre de la Virgen de Nuestra Señora de Jaraba
En este espectacular tramo, en el que la carretera y el río se ciñen y aprietan como enamorados entre impresionantes paredes horadas por decenas de buitreras, surge por la derecha el cañón de la Hoz Seca, en cuyo primer tramo se encuentra el santuario rupestre de la Virgen de Nuestra Señora de Jaraba, encajonado a media altura en la pared cual si fuera una hornacina. De allí parte una senda circular de siete kilómetros que incluye el santuario, las pinturas rupestres de la roca Bendí e impresionantes cañones y bellos miradores que bien merecen, si no una misa, sí una tranquila, plácida y silente visita.
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