Curitas y cantáridas






El Curita: Berberomeloe majalis, también llamado curica, carraleja, matahombres, aceitera o gusano de mayo
Como hay gente para todo y algunos me toman por oráculo, hace un par de días un conocido me preguntó en las redes acerca del insecto con cuyo nombre encabezo el artículo, el cual gusta mucho de merodear por estos andurriales cuando despunta la primavera.
El insecto en cuestión es Berberomeloe majalis, al que le cabe el honor de ser el mayor escarabajo de Europa. El alargado bicho de colores libertarios es conocido por naturalistas, pastores y otra fauna amiga de vagar por esos campos, como curita, curica, carraleja, matahombres, aceitera y, por razones tan obvias como imprecisas, gusano de mayo.

La aceitera secretando su líquido irritante rico en cantaridina
Basta ver al ensotanado escarabajo para certificar su eclesiástico apelativo. En cuanto a lo de aceitera, hete aquí que el animalico pierde aceite, pero no por lo que algún malpensado está barruntando, sino porque Dios Nuestro Señor lo dotó de la habilidad de expulsar por su abdomen un fluido oleoso cuando se siente atacado. El cárdeno líquido, además de irritante para las mucosas, contiene, entre otros venenos, cantaridina un compuesto tan afrodisíaco como peligroso sobre el que voy a perorar hoy.
La cantaridina debe su nombre a que se aisló inicialmente de un insecto alargado de color verde metálico llamado cantárida, también conocido como escarabajo del fresno (Lytta vesicatoria) o mosca de España que, al igual que Puertollano que ni es puerto ni es llano, ni es mosca, ni es exclusiva del solar patrio por más que guste de dejarse ver por nuestras fresnedas y alisedas. Aunque se parezcan tanto como un huevo a una castaña, el curita y la cantárida son ambos coleópteros de la misma familia Meloidae pero mientras que el primero ha permanecido en el discreto anonimato propio del anacoreta, la traviesa cantárida pasó a la posteridad como una famosa e involuntaria agente de intrigas en las cortes europeas, cuyas coronadas cabezas han sido de siempre más aficionadas al fornicio que al cilicio.

La cantárida Lytta vesicatoria) gentileza de Wikiipdia
La cantárida, como cualquier coleóptero que se precie, tiene un duro exoesqueleto que en esta especie es rico en una feromona irritante llamada cantaridina. Como nos recuerda el profesor de la Complutense José Ignacio Arana en Los grandes polvos de la historia, un ensayo tan riguroso como desenfadado, la cantaridina, transformada en polvo, es buena para el ídem, habida cuenta de que en pequeñísimas cantidades produce una irritación en la uretra que provoca que el miembro masculino se ponga cual mastelero de gavia y que el sexo opuesto entre en lo que ha dado en llamarse furor uterino. Sólo comentarles que el polvo de cantárida llegó a ser tan usado para doblegar féminas, que eminentes lingüistas y etimólogos atribuyen a su empleo el origen de la frase “echar un polvo”.
Como no hay nada perfecto, el problema de la cantaridina es la dosis. Abusar una pizca puede llevar al priapismo, es decir, a una erección permanente que puede acabar en gangrena si la sangre se estanca en los cuerpos cavernosos del penetrante instrumento amatorio. Permítanme que mi naturaleza modosa y recatada me excuse de contarles cómo se soluciona el problema de un miembro gangrenado. Si la dosis alcanza tan solo un gramo y medio, adiós muy buenas. El abusón (o abusona, que de todo hay) se va al valle de Josafat sin más trámites, lo que resulta más que interesante para quien gusta de dar matarile a base de pócimas que no dejen ni rastro. Gracias a esta secundaria propiedad –la de no dejar rastro- fue profusamente utilizado por príncipes, reyes e intrigantes para despachar enemigos.

Estructura de la molécula de cantaridina. Una feromona que acabó usándose como líquido defensivo
Tan benemérito uso terapéutico hizo que la cantaridina llegara a comercializarse bajo el nombre de “Píldoras Richelieu” (una para el himen y tres para el crimen) y así siguió circulando de miembro en miembro, de oquedad en oquedad, y de asesino en asesino, hasta que se descubrió un test forense que delataba al irritante veneno: bastaba con depositar un poco de vísceras del cadáver sobre el lomo de un conejo afeitado para que su piel se llenase enseguida de ampollas. Precisamente gracias a este test pudieron las autoridades acabar con las andanzas del zaragatero Marqués de Sade quién intoxicó a cuatro prostitutas con unos bombones aderezados con excesivas dosis de cantáridas.
Termino con una anécdota personal sobre el meritado insecto. En 1989 fui nombrado director del Museo-Aula de Naturaleza de la Diputación de Guadalajara. Las vitrinas mostraban las colecciones de animales que durante dos años capturé o me cedieron. El día de la inauguración, adornándolas con sesudos comentarios, fui mostrando las colecciones del museo hasta llegar a las vitrinas entomológicas, entre cuyo momificado contenido se encontraban las famosas cantáridas.

Inauguración del Museo de fauna provincial del Aula de Naturaleza de la Diputación de Guadalajara en Alovera en 1989. De izquierda a derecha: Antonio Aljama, Francisco Tomey y el autor Luis Monje.
Como no podía ser menos, y para pasmo de curiosos, autoridades, gacetilleros y gorrones, me explayé, quizás en demasía, sobre su acreditado poder afrodisiaco. Nunca debiera haberlo hecho: para mi bochorno, al día siguiente la prensa local publicaba la siguiente noticia: “Biólogo alcarreño descubre insecto afrodisiaco en Guadalajara”; y allí estaba yo, fotografiado con el entonces presidente de la Diputación que Dios guarde, en colleras con otra foto de la celebrada cantárida.
El edificio del museo albergaba también unas instalaciones de la Diputación dedicadas a la inseminación artificial de ganado ovino, alrededor de las cuales pululaban endomingados ganaderos, ufanos alcaldes y no pocos gañanes mordisqueando palillos de dientes. Al día siguiente, cuando subí a las salas que contenían las colecciones de insectos, noté que habían forzado una de las vitrinas y me habían birlado la pareja de cantáridas.
Pobres ovejas.