Curiosidades del ojo humano II





Pues no. El niño con ojos sangrientos y piños afilados, no es el hijo de Drácula sino un judío ultra ortodoxo al que osé fotografiar en 1992 en la cueva sagrada que hay bajo el Muro de las Lamentaciones, en la que me colé con la cámara y que a poco estuvo de costarme salir con un ojo a la virulé. Y todo para obtener una foto que resultó impublicable debido a los ojos rojos del chaval. ¿A qué se debe este efecto?
La semana pasada, hablando de la estructura del ojo (Figura 1), escribí que, al contrario de lo que podría intuirse, conos y bastones no están dirigidos hacia la luz, sino hacia el fondo del ojo, lo cual implica que reciben menos luz ya que ésta debe atravesar varias capas de vasos sanguíneos y neuronas hasta alcanzarlos. La evolución, siempre tan apañada, ha hecho que esas capas, sean muy transparentes y que en la fóvea, la parte más central y resolutiva de la retina, apenas existan vasos sanguíneos para evitar restar luz a esa zona (Figura 2).
La primera capa retiniana en donde incide la luz es, por tanto, la capa vascular roja, y de ahí que en muchas fotografías con flash se produzca el efecto “ojos rojos”, que convierte al más pintado en involuntario sosias de Nosferatu. Cuando un rayo de luz cae en una superficie esférica y transparente como la del ojo, ocurre lo mismo que cuando incide sobre una canica, una gota de niebla o una superficie perlada recubierta con micro esferas, tal como la que recubre chismes innúmeros entre los que se cuentan matrículas automovilísticas, señales de tráfico y pantallas de proyección.
En todos esos casos, si el rayo coincide con la dirección de la mirada, se produce una intensificación de la luz reflejada por la concavidad de la cara posterior de la esfera. La efectividad de los faros antiniebla no depende por tanto de su color, sino de su separación de la línea de visión del conductor, una ingenieril astucia que evita el intenso reflejo de las microgotas. Por el contrario, si nos colocamos una linterna cerca de los ojos e iluminamos la oscuridad, podremos detectar el brillo de los ojos de cualquier mamífero (si es un carnívoro ponga pies en polvorosa) y el reflejo intensificado de matrículas y señales de tráfico, lo que resulta de no poca utilidad cuando la Benemérita está al acecho. Los animales con buena visión nocturna tienen, además, una capa pigmentada y reflectante (tapetum) justo detrás de los conos, que intensifica la señal. Esa capa es la causante del intenso reflejo que muestran los ojos de gatos, tigres y osos (Figura 4).

El efecto «ojos rojos» en los gatos y otros animales es debido a la existencia del «tapetum lucidum»
La probabilidad de que en una foto salgan personas con los ojos rojos no depende, por tanto, de la presencia de zombis, sino de la cercanía del flash a la lente de la cámara (Figura 3), lo que es muy habitual en las pequeñas cámaras compactas. La oscuridad nocturna, además, hace que la pupila de serenos (si es que queda alguno), noctámbulos y otras gentes de mal vivir esté más dilatada, lo que aumenta la posibilidad de que la luz del flash rebote en el fondo del ojo. En las cámaras profesionales la solución pasa por colocar el flash en el extremo de una regleta, tal como hacen los fotógrafos de la BBC (bodas, bautizos y comuniones). Como esta solución no es posible en las cámaras de bolsillo y en los móviles, se recurre al programa “Ojos rojos” en el que el flash emite unos pequeños destellos antes de dispararse en toda su intensidad. De tan astuta manera el deslumbramiento inicial induce al cierre de las pupilas y el riesgo disminuye ostensiblemente.

esquema de la fóvea humana
El que la primera capa de la retina, donde incide la luz, esté revestida por miles de vasos sanguíneos en intrincada comandita con otras tantas conexiones nerviosas hace que todo este manojo de fibras, que acabarán formando el nervio óptico, tenga que atravesar la retina hasta salir en algún punto del ojo en una zona en la que, obviamente, no puede haber células fotosensibles y, por tanto, si capacidad de formar imagen. Este punto, el llamado punto ciego, nos pasa habitualmente desapercibido porque nuestra visión se forma en el cerebro por la yuxtaposición de las imágenes de los dos ojos, un mirífico mecanismo evolutivo que hace que una imagen tape la zona ciega del otro.

Demostración del punto ciego
El punto ciego es muy fácil de demostrar con un sencillo experimento (Figura 5). Sobre un folio en blanco pinte una cruz de 2 cm y a su derecha, a 6,7 cm, pinte un círculo negro de 2 cm de diámetro. Cuidando de que no lo vea nadie y lo tome por orate, coloque su cara perpendicular a 50 cm del folio con los ojos a la altura de la cruz y del círculo. Ahora, manténgase quietecito, cierre el ojo izquierdo y con el ojo derecho mire fijamente a la cruz izquierda. Sin dejar de mirarla en ningún momento, podrá ver también dentro de su campo visual el círculo negro a su derecha. En esta posición y sin dejar de mirar la cruz, acerque lentamente la cara al folio hasta unos 30-40. Si no tiene usted las napias como Cyrano de Bergerac, ¡¡verá como llega un momento en que el círculo desaparece como por arte de magia!! Lo que ha ocurrido no es ningún milagro, simplemente hemos hecho coincidir la imagen del círculo exactamente sobre el punto ciego.
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