Crónicas desde las Antípodas VII: HELECHOS GIGANTES








En las zonas más húmedas y oscuras del corazón del bosque, habita una de las plantas más misteriosas y mágicas: el helecho. Las brujas del medievo aseguraban que sus flores eran casi imposible verlas porque únicamente se abrían la noche de San Juan y tan solo unos segundos. Lo único cierto es que sus flores no se pueden ver porque carecen de ellas y por tanto tampoco tienen polen, ni semillas.
Los helechos son un filum aparte (Pteridofitos), dentro del reino de las plantas, con unas características muy peculiares ya que, además de carecer de flores, se reproducen por esporas en vez de por semillas y no tienen hojas sino frondes que parten de un tallo subterráneo parecido a los rizomas. Aunque hay miles de especies repartidas por todo el mundo, parece ser que todas proceden de un ancestro común y por tanto comparten un patrimonio genético parecido.
Aunque los helechos pueblan todas las zonas tropicales y subtropicales, así como todos los bosques templados y húmedos, es aquí, en Nueva Zelanda, donde alcanzan todo su esplendor y se elevan a alturas considerables, que pueden llegar hasta los veinte metros, en especial los pertenecientes a las familias de las Dicksoniáceas y Cyatheáceas. De hecho, la “hoja” de la especie Cyathea dealbata se ha convertido en el emblema de este país y adorna camisetas de rugby, banderas y aviones, pues su fronde estilizado es también el logotipo de sus líneas aéreas. El nombre de su género se debe la forma de vaso romano (o cyato) que adopta su copa, y el de su especie, al elegante color blanco plateado que oculta su envés.
Aunque de lejos parecen palmeras, los tallos de las casi mil especies de helechos arborescentes descubiertas hasta la fecha, no forman tejidos leñosos en su tronco a medida que crecen, como hacen los árboles, sino que son una madeja fibrosa de raíces que se van expandiendo conforme se elevan. Los frondes, que son el equivalente a las hojas, son pinnados. Es decir que tienen forma de pluma, subdividida para ocupar la mayor superficie posible e interceptar los débiles rayos del sol que, en estas islas tan húmedas, se ven de Pascuas a Ramos.
Unos frondes, los más verdes llamados trofofitos, se encargan de alimentar al helecho realizando la función clorofílica y otros, los más rugosos o esporofitos, se encargan de producir las esporas en una especie de verrugas, llamadas soros, que están ocultas en su envés.
Dar la vuelta a los frondes para descubrir la belleza y variedad de sus soros es uno de los placeres de pasear por estos húmedos bosques en los que, en ocasiones, se ven frondes mutantes con un hemifoliolo trófico y otro reproductor. Bajo el sotobosque de estos gigantes, viven numerosas especies de otros raros helechos que adoptan formas fantásticas. Si para un botánico estas plantas son curiosísimas, para un fotógrafo científico, como el que suscribe, son una maravilla de simetrías, texturas y verdor. Un verdadero paraíso para la fotomacrografía o la simple composición fotográfica.
Los frondes jóvenes, con sus ápices enrollados como cabezales de violín, las gotas de lluvia que escurren por sus hojas, la simetría de sus hendiduras y la variedad de los soros que pueblan su envés, conceden una infinita y gratificante diversidad de composiciones fotográficas.
Johana
Los frondes jóvenes se interrogan húmedamente. Mientras, los soros conocen la respuesta.
Magnífico artículo científico expuesto con el entusiasmo estético de un fotógrafo.
luismonje.com
Muchas gracias, súperartista