Crónicas desde las Antípodas I: Los kauris




Crónicas desde las Antípodas I: Los kauris
Para quién ha tenido la fortuna de poder fotografiar los árboles más grandes, altos, anchos y viejos del mundo, el poder tocar un fósil viviente como el kauri, se había convertido el uno de los principales objetivos de mi reciente expedición botánica a las Antípodas.

El kauri más grande del mundo (Agathis australis) que,a además, es el árbol más grande del hemisferio sur
El kauri (Agathis australis), una rarísima y gigantesca conífera de la familia de las araucarias, habita solo en algunos bosques húmedos de la mitad septentrional de la isla norte de Nueva Zelanda. Los mayores individuos de esta especie, sagrada para los maoríes, son los árboles más grandes (pero no los más altos) del hemisferio Sur. Pero su singularidad no acaba ahí. Sorprende encontrarse con un árbol que no presenta hojas aciculares como en sus cercanos parientes, los pinos, sino planas, más parecidas a las foliolas de un fresno que a las de una conífera; no menos sorprendente es su curioso porte, muy poco extendido entre los árboles: su tronco es un gigantesco fuste cilíndrico cuya ramificación solo se inicia muy arriba, como hacen los arcos y nervios de las bóvedas de las catedrales góticas. Y es que las ramas de los kauris no comienzan a formarse hasta los 30 metros de altura, dando la impresión de que están plantados del revés.
Los bosques de kauri son uno de los más antiguos del mundo y su rareza se basa tanto en su aislamiento, como en su singularidad evolutiva, ya que aparecieron sobre la Tierra hace 190 millones de años durante el período Jurásico, cuando el supercontinente Pangea se dividió en dos subcontinentes: Laurasia y Gondwana. Millones de años más tarde, durante el Cretácico, de Gondwana se escindieron dos inmensas islas: Australia y Zealandia, que se fueron desplazando hacia el este, mientras hacia el oeste se escindían Sudamérica, África y Madagascar, hacia el norte el subcontinente del Indostán y hacia el sur la gélida Antártida. La gran isla de Zealandia, en su desplazamiento hacia el este, se fue hundiendo poco a poco bajo el primitivo océano de Tetis hasta desaparecer bajo las aguas. Unos posteriores movimientos de las placas tectónicas elevaron miles de metros sobre el nivel del mar parte de Zealandia en forma de dos inmensas montañas, las cimas de la cuales serían la isla Norte (Te Ika un Maui en idioma maorí) y la isla Sur (Te wai pounamu) de la actual Nueva Zelanda. Durante todo ese tiempo esta conífera ha evolucionado aislada para dar este gigantesco y raro árbol del que quedan ya muy pocos ejemplares.
Su enorme y recto tronco, que puede alcanzar los 50 m de altura, fue también su perdición. Hacia 1820, la Armada inglesa empezó la tala masiva de estos bosques para la construcción de presas, puentes y, especialmente, barcos; como le sucedió a los pinos negros de nuestros montes cuyos fustes fueron el sostén del poderío naval español durante siglos (“el bosque flotante”, como llamó el asombrado Lope de Vega al contemplar la Armada Invencible, el tronco liso, poderoso, fuerte y sin ramas del kauri era ideal para los mástiles de los buques de su Graciosa Majestad.

Hacía 1975, gracias a una amplia protesta social, el gobierno neozelandés prohibió su tala cuando ya solo quedaban el 3% de ejemplares en pie. Hoy en día, además, está amenazado por una enfermedad regresiva e incurable causada por el hongo Phytophthora agathidicida, cuyas esporas se cree que son transportadas por los jabalíes y el calzado humano. Debido a que por su espectacularidad, este árbol sagrado se ha convertido en una atracción turística, las medidas de protección para acercarse a ellos en medio de la selva son enormes e incluyen pasarelas especiales y pasillos de desinfección en los que el visitante ha de cepillarse las suelas del calzado y fumigarlo con un líquido antifúngico especial. El kauri se protege de las numerosas plantas trepadoras con una corteza que se desprende en escamas y defiende el suelo que le rodea de competidores arbóreos como hacen otras coníferas: acidificando el suelo con los restos de sus hojas y ramas.
He tenido la ocasión de visitar los mayores bosques de kauris en la hermosa península de Coromandel, en donde se halla además un centro de estudio e interpretación y el ejemplar vivo más grande del mundo, el sagrado Täne Mahuta, situado en el bosque de Waipoua, unos 250 kilómetros al norte de Auckland, en el extremo septentrional de la isla Norte.
Los bosques hiperhúmedos que albergan los grandes ejemplares de kauris son singularmente bellos; al penetrar en ellos se siente uno transportado a épocas remotas en los que los largos cuellos de los dinosaurios alcanzaban sus elevadas copas. El verdor hace casi daño a la vista y el viajero penetra en la penumbra de un túnel vegetal en el que la lluvia escurre desde las hojas de los gigantescos helechos arbóreos del género Cyathea, algunos de hasta una veintena de metros, entre los que destacan las telarañas perladas con gotas de rocío. Numerosos arroyos, decenas de especies de lianas, orquídeas y bromelias epifíticas, musgos y helechos jalonan el camino hasta que al alzar la vista se encuentra uno con este coloso del bosque que reina decenas de metros por encima de las copas de la espesa jungla.
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Luis Montalvo
Impresionante árbol y revelador artículo. Gracias
luismonje.com
Muchas gracias, tocayo