CRÓNICAS DEL ÁRTICO II: el permafrost








Entrada a la Bóveda del Fin del Mundo. (Svalbard,
La palabra de origen ruso permafrost (permahielo) define todos los suelos permanentemente congelados, estén o no estén cubiertos de hielo o nieve. Son suelos que se encuentran cerca de polos y glaciares y que, generalmente, sostienen una vegetación de tipo tundra. No están hechos de hielo puro, sino que son suelos congelados que cubren casi el 22% de todas las tierras emergidas del Planeta.

Vista del Círculo Polar Ártico y de la posición del archipiélago de Svalbard respecto al Polo Norte geográfico
En el archipiélago de Svalbard, el más cercano al Polo Norte, los suelos son permafrost, lo que provoca bastantes problemas que se neutralizan con las curiosas soluciones que veremos más adelante. En estas islas, que se encuentran mil trescientos kilómetros más al norte del Círculo Polar Ártico, no existen árboles. Su clima solo lo soportan algunas gramíneas y líquenes adoptados a un rapidísimo ciclo de vida que coincide con los dos meses de verano en que se descongela la capa más superficial en algunas zonas. Es un suelo negro con abundante materia orgánica; de hecho, estas islas poseen unas enormes reservas de carbón, lo que viene a indicar que hace millones de años, en el Carbonífero, estuvieron cubiertas de bosques. ¿Cómo es posible que hubiese bosques en estas latitudes en que solo sobrevive la tundra? La única explicación sería que, mediante la tectónica de placas, este archipiélago se hubiese desprendido y deslizado 1.300 kilómetros desde la costa norte de Noruega.

Con el calentamiento global, el permafrost más superficial y cercano a la costa, suele descongelarse en verano, lo que de seguir así puede convertirse en una catástrofe climática por el gran volumen de C02 y metano desprendido en el proceso. Tomado de wild-wonders Nature-pol.com
El permafrost suele tener dos capas: una permanentemente congelada o pergelisol y otra más superficial o molisol, que puede descongelarse algunos meses. Esto, como veremos, es un moderado problema a nivel local para esta isla y un gran problema para todos a nivel mundial.

Destrucción de bosques en Siberia causada por el desplazamiento del permafrost.
La capa descongelable es muy rica en materia orgánica. Una materia que lleva millones de años inactiva y que supone nada menos que la mitad de todo el carbono orgánico existente en nuestro planeta. La progresiva descongelación de esa materia puede liberar al aire, en los próximos años, más de cinco veces la cantidad de dióxido de carbono y metano que la que ha producido el hombre desde que comenzó la Revolución Industrial. Y no hay que olvidar que el efecto del metano es mucho más agresivo para el calentamiento climático que el denostado CO2. De esta manera, metano y CO2 entran en un bucle infernal: aceleran el calentamiento y el calentamiento a su vez acelera la producción de ambos, incrementando un efecto ya de por si catastrófico. Los científicos empiezan a ser conscientes de este tremendo problema. En estas islas el espesor de la capa de molisol tiene entre 2 y 100 metros, pero en las inmensidades de Siberia puede alcanzar hasta los 1.500 metros.

En Longyearben las conducciones de agua, y gas no se entierran para evitar su fractura por los movimientos del suelo helado. Todos los edificios se apoyan sobre pilares que atraviesan las capas de permafrost susceptibles de descongelarse hasta el pergelisol
En Svalbard, tanto el calentamiento global como el habitual de los meses de verano, hace que la capa superficial ligeramente descongelada se desplace lentamente sobre el duro y gélido pergelisol, lo que vuelve sumamente inestable el terreno e imposibilita la construcción de casas, puentes, tuberías, etc. La solución para las construcciones es taladrar profundamente el permafrost hasta su capa congelada y sujetar allí los cimientos. Así que, curiosamente, las casas están sujetas sobre pilotes a modo de palafitos. Para evitar la fractura de las tuberías de agua y calefacción debido al movimiento del suelo, éstas se disponen en superficie y llevan un revestimiento termoeléctrico preparado para resistir hasta los -46 ºC, que es el máximo que se ha llegado a registrar en el asentamiento de Longyearbyen, en el que me encuentro.

La vieja carretera que lleva al cementerio permanece cortada por el avance del permafrost que amenaza con tumbar las farolas.
Aprovechando la gelidez del suelo, la escasa actividad sísmica, su aislamiento geográfico, su nulo interés geoestratégico y el compromiso noruego de no permitir en estas islas ningún tipo de instalaciones militares, se acordó establecer aquí la llamada “Bóveda del fin del Mundo”. Este vegetal Arca de Noé consiste en un enorme subterráneo escavado media altura en la ladera de una montaña cercana a Longyearbyen, en cuyas galerías se pueden almacenar 2.000 millones de semillas que permitirían al hombre comenzar de nuevo la actividad agrícola tras una catástrofe nuclear. Tuve la ocasión de visitar su entrada y resulta impresionante vislumbrar en medio de la noche polar la luz verde que emite la escultura de Dyveke Sanne que adorna su solitaria entrada. Es una entrada que da a acceso a un búnker antiatómico que se extiende varios kilómetros hacia el corazón de la montaña.

Entrada a los búnkeres subterráneos del almacén mundial de semillas, bautizado por la prensa como el Arca o la Bóveda de Fin del Mundo.
El pasado 27 de marzo, la compañía nórdica Piql presentaba la segunda bóveda del ‘fin del mundo’, contigua a la anterior, que hará la función de un archivo digital para guardar la información más importante y relevante de nuestra historia para que, en caso de un hipotético fin del mundo, se puedan recuperar todos estos archivos. Esta especie de biblioteca subterránea, que ha sido bautizada como Arctic World Archive, tiene como objetivo que la información pueda guardarse durante mil años. Curiosamente, el soporte de almacenamiento elegido ha sido la vieja y querida película fotográfica que todos dimos por obsoleta.
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