Botánica IV: El árbol más alto del mundo



El autor ante una de las gigantescas sequoyas del Redwood National Park
Supongo que pocas personas hemos tenido el privilegio, de poder contemplar la maravilla vegetal que suponen los árboles que les he mostrado las últimas semanas, entre los que se incluyen los árboles más viejo, más grande y más ancho del mundo, que salpican las tierras de América del Norte. Hoy cerramos la serie con el árbol más alto del mundo. Un árbol que tan solo conocen 24 biólogos estadounidenses que, para protegerlo, han jurado mantener en secreto su ubicación y que cada año es buscado infructuosamente por centenares de amantes de la naturaleza. No se molesten en buscarlo por Internet porque no hallarán nada relevante sobre este coloso de madera. Inténtelo, si pueden, sobre el terreno como yo mismo he hecho en el transcurso de algunas expediciones botánicas por la costa de California. Comprobarán, como yo y mis compañeros, que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.
En la brumosa costa del norte de California, entre Big Sur y Chetko River, ya en el extremo meridional de Oregón, las nieblas del amanecer y del ocaso dejan cada año unas precipitaciones que no registran los pluviómetros pero que cada verano suponen un aporte adicional de casi trescientos litros. El ambiente es fresco en pleno estío, como supo apreciar Mark Twain cuando dijo que “el invierno más frío de mi vida lo pasé un verano en San Francisco”. Humedad ambiental, un goteo continuo de agua procedente de la condensación de la niebla, sensación térmica de frío, pero sin heladas, son las condiciones que requieren unos auténticos fósiles vivientes, los sequoias costeros o “redwoods” (troncos rojos) cuyo nombre científico es Sequoia sempervirens, una denominación que rinde homenaje a Sequoyah, el cheroqui que escribió el primer alfabeto de los indios norteamericanos.

Uno de los árboles cercanos al Hyperión
Por las mañanas, cuando apenas despunta el amanecer, los colosales troncos rojos de los sequoias emergen entre las brumas del Pacífico. Pasear en la penumbra de esos densos bosques es un espectáculo inolvidable que nunca deja de sorprender cuando uno, enamorado de esos titanes, regresa año tras año. Columnas de madera roja que ascienden como pilares de ciclópeas catedrales hasta perderse sus copas en la niebla, troncos de más de 100 m caídos por doquier a modo de puentes sobre los que salvar riachuelos y valles repletos de brillantes helechos. Contemplar algo así es como volver a los cuentos de la niñez y sentir en el alma algo inexplicable. cuya grandeza sobrecoge y nos vuelve más humildes, como si descubriésemos que los cuentos de la niñez eran ciertos.
En un lugar ignoto de esos bosques ancestrales vive el más grande de todos ellos, Hyperión, nombre que alude al mitológico titán hijo de Urano y Gea, un árbol que mide nada menos que 116 metros, descubierto casualmente hace ahora 10 años, el 8 de septiembre de 2006. Pasa desapercibido a los ojos del viajero porque gigante se oculta como uno más entre un ejército de gigantes que no le andan a la zaga. Al crecer en poblaciones tan densas y altas es imposible vislumbrar el final de sus copas y solo con mediciones complejas es posible estimar su altura. Al crecer en poblaciones tan densas y altas es imposible vislumbrar el final de sus copas y solo Viven sobre terrenos aluviales a baja altitud, en los que hunden las profundísimas raíces que necesitan para sujetar un andamiaje vegetal casi un tercio más alto que la gigantesca torre del Big-Ben londinense. Estos impresionantes bosques viven en una estrecha franja cercana a la costa entre la frontera de Oregón y el sur de San Francisco y alcanzan todo su esplendor en el Redwood National Park, situado unos 60km al norte de la localidad californiana de Eureka.
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