BELLEZA TÓXICA





Belleza tóxica
En las zonas más profundas y húmedas de las selvas de Mesoamérica habitan algunos de los animales más venenosos y extraños del planeta: las ranas punta de flecha, con cuyos venenos impregnan los indios sus flechas desde tiempos inmemoriales.

La reserva del Monte Nuboso de Monteverde (Costa Rica), uno de los hábitats preferidos por los dentrobátidos.
En las navidades de 2015, cuando recorría los bosques de niebla cercanos al bello volcán costarricense del Arenal, tuve la inmensa fortuna de fotografiar un ejemplar de estos rarísimos animales: la rana de flecha fresa (Oophaga pumilio), hasta hace poco incluida en el famoso género Dendrobates. Mi alumno y amigo, el reportero de TVE Ángel Navarro, buen conocedor de aquellas selvas, me cuenta que los nativos la llaman también “blue jeans frog”, es decir, rana con vaqueros, ya que sus patas posteriores son de un intenso azul, contrastan con el vivo color rojo de su cuerpo, lo que da la impresión de que este precioso anfibio va vestido con tan juvenil prenda.

Rana de flecha (Oophaga pumilio)
Estos anuros pertenecen a la familia Dendrobatidae, la cual incluye las ranas más bellas y a la vez más tóxicas de la Tierra, habitan las selvas hiperhúmedas desde el norte de Costa Rica hasta Colombia, aunque algunas especies se extienden por toda la cuenca del Amazonas hasta las Guayanas. Son ranitas muy pequeñas, casi como una mosca; pero no piense el lector que por eso pasan desapercibidas, porque su diminuto tamaño lo compensan con el despliegue de colores más extraordinario de todo el reino animal. Como en otras muchas especies de colores abigarrados (avispas, mariquitas, arañas viuda negra, etc.), su apariencia tiene una función aposomática, es decir, de advertencia a los depredadores.

El animal más venenoso del mundo (Phyllobates terribilis)
La especie más venenosa de todas es la rana de flecha dorada (Phyllobates terribilis) endémica de Colombia, que tiene el veneno más potente de origen animal conocido. ¡Tan sólo un gramo es capaz de matar a 15.000 personas! Para que se haga una idea: una solo ejemplar, del tamaño de una lenteja, sería capaz de matar a dos elefantes. Aunque en su piel se han aislado más de 230 compuestos, los más peligrosos son los pertenecientes al grupo de las pumiliotoxinas, unos potentes neurotóxicos que detienen instantáneamente la transmisión nerviosa a nivel de las sinapsis cerebrales, paralizando así toda la musculatura, incluidos el corazón y los pulmones, lo que ocasiona la muerte en pocos minutos. Calentando las ranitas, los indios recogen cuidadosamente el exudado de su piel para impregnar con él sus mortíferas flechas.
Al contrario que la mayoría de los animales venenosos, estos anfibios no sintetizan sus tóxicos, sino que los toman devorando insectos tóxicos como hormigas, cucarachas y garrapatas. Los venenos captados, inocuos para las ranas, se almacenan y se concentran en su cuerpo y son mortales para cualquier otra especie, excepto para una curiosa serpiente que también ha desarrollado esa inmunidad y se ha convertido por tanto en su único depredador. Dada la belleza de estos animales, no es raro verlos en terrarios especializados, en los que se ha comprobado que, tras alimentarlos como es habitual con moscas de la fruta, pierden a los pocos años su toxicidad.

La belleza y variabilidad de los Dentrobátidos es fascinante
Si les parece extraordinario lo que les he contado hasta ahora sobre este singular bichejo, esperen a leer como se reproduce. Los vistosos machos pelean entre ellos por conquistar el mejor territorio de apareamiento, que suele ser un pequeño espacio despejado en la selva de apenas unos palmos de suelo muy húmedo. El vencedor, que como siempre es el más fuerte, se coloca ostentosamente en mitad del claro forestal desde donde reclama con su croar a la hembra, a la que recibe saltando en cuanto llega. El apareamiento o amplexus de esta singular familia, se produce sin copulación. El macho simplemente se monta sobre la espalda de la hembra, que es de mayor tamaño que él, provocando al abrazarla una gelatinosa ovulación que cae al suelo, al tiempo que el macho, aún abrazado, eyacula sobre los óvulos ya caídos. Los huevos fecundados de tan peculiar y poco placentera forma, son cuidados por la pareja para mantenerlos siempre húmedos hasta que se produce la eclosión, momento en el que ambos los pisotean para facilitar la salida de los renacuajos.

Macho de Phyllobates transportando renacuajos en el dorso. Foto Joel Sartore
La prole, como si tal cosa, salta a la venenosa piel de la madre en donde se adhieren. La mamá rana, gracias a los discos viscosos que rematan sus dedos, asciende a los árboles en busca de bromelias. Estás plantas epífitas retienen una gran cantidad de agua entre sus hojas y allí, en esas singulares albercas liliputienses, los deposita la madre para que se conserven húmedos y se alimenten de las larvas de los incautos mosquitos que por allí medran. La madre sube cada día a visitarlos y deposita nuevos huevos que, por estar ahora sin fecundar, suponen un nutritivo manjar para su prole hasta que, una vez crecidita, sea capaz de descender desde las alturas para alimentarse de insectos tóxicos o acabar en el caldero de algún indígena ansioso de emponzoñar sus mortales dardos con las secreciones de nuestras amigas.
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