Atardecer en las antípodas







Ocaso en la bahía de Darwin (Australia)
Darwin, una ciudad costera situada al norte del gigantesco Outback australiano, la parte interior más desolada e inhóspita del país, no es precisamente el lugar más divertido del mundo, así que hace dos años, tras fotografiar a placer su jardín botánico, me entretuve vagando por sus andurriales a ver que se ponía a tiro. Encontré una cosa: tedio.
En Darwin todo aburrimiento encuentra cómodo asiento. Así las cosas, me metí en un bar que estaba generosamente lleno –no diré que inesperadamente- de tipos duros, borrachos y con aspecto peligroso, todos con tatuajes, el pelo largo y barbas como el relleno de un colchón de los de antes; vamos, lo que uno espera encontrar en un bar australiano después de haber visto Cocodrilo Dundee. Me armé de valor y me dirigí al que parecía el fulano más blandengue del tugurio, un joven que no se si había invertido la última paga en un tubo de gomina o se había atusado el pelo con grasa de tractor, y, con todo respeto, le pregunté qué demonios podía hacerse en aquel abúlico emporio una vez cerradas tiendas y museos.

Tipos australianos durante el Campeonato Nacional de Rodeo del Territorio Norte
Me contestó entusiasmado: Sunset is wonderful! Y en efecto, bien porque los ocasos fuesen una maravilla o más bien porque allí no hay otra cosa mejor que hacer salvo engullir cerveza para quitarse el polvo del gaznate, el caso es que cada tarde el personal, pertrechado con sillas, música y neveras, se sienta a contemplar cómo se ahoga el Sol en la bahía hasta que el sonido de las bofetadas aplastando mosquitos, indica que llegó la hora de acostarse.

Ocaso con Sol en copa en las Islas Maldivas
Mientras fotografiaba aquel rúbeo espectáculo me vinieron a la mente dos preguntas: ¿Sería posible distinguir una fotografía de un ocaso de la de un amanecer? y ¿Por qué el Sol se aplasta cuando se aproxima al horizonte? Revisando mentalmente mi archivo fotográfico, caí en la cuenta de que debo almacenar uno dos millares de ocasos y solo uno o dos amaneceres. Obviamente, al amanecer estamos más activos y ocupados, hace más frío y poca gente se sienta a contemplar la salida del astro rey, pero, en todo caso, estoy convencido de que estadísticamente son más espectaculares los ocasos por la calidez del aire y la mayor cantidad de partículas en suspensión, expresión que usan los científicos para decir que el aire está hecho un asco.
Siempre que un rayo de luz pasa de un medio a otro más denso, como ocurre al llegar a la Tierra la luz del Sol, además de disminuir su velocidad, se desvía tanto más cuanto más denso sea el medio y mayor el ángulo con el que penetra, como sucede con los rayos oblicuos del crepúsculo. Esa desviación la conocemos con el nombre de refracción. Como la luz blanca del sol está compuesta por muchos colores y unos se desvían más que otros (los azules se refractan mucho más que los rojos), los colores se acaban separando, tal como ocurre con en el arcoíris del que me ocupé hace un par de semanas. A este fenómeno se le llama dispersión y es también el responsable de que los cielos se tiñan de rojo cuando el Sol roza el horizonte.

Ilustración explicativa de porqué se tiñe el cielo de rojo durante el ocaso
En la ilustración que les he preparado se explica muy bien el fenómeno. Cuanto más rojo sea el cielo más cambio de densidad y de clima hay entre el lejano horizonte y el lugar en que se encuentra el observador. Esto lo sabe desde hace miles de años la gente de campo y lo interpretan como un cambio climático inminente que incluso se recoge en los Evangelios. «Cuando anochece, decís: “Hará buen tiempo, porque el cielo está rojo”. Y por la mañana: “Hoy habrá tempestad, porque el cielo está rojo y nublado”. ¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero las señales de los tiempos no podéis distinguir! Mateo 16: 2-3.
Cuando somos nosotros los que miramos al Sol, la atmósfera funciona también como una lente deformándolo y achatándolo. Este aplastamiento es tanto mayor cuanto más densa es la atmósfera. Como la densidad del aire no es homogénea, sino que va aumentando conforme se acerca al suelo, desde el espacio se pueden contemplar distorsiones muy curiosas.

Ocaso sobre una atmósfera de verano perfectamente estratificada. El Sol se refracta de distinta forma al atravesar cada capa. Fortaleza de Sancti-Petri (Chiclana, España)
Este verano, un tórrido día con gran quietud atmosférica en que el aire estaba formando capas de distinta densidad, pude fotografiar junto a la fortaleza gaditana de Sancti Petri esta serie de fotos con el Sol estratificado, las que toma distintas formas en hongo, cuadrado, piramidal, etc.
De vez en cuando, hagan como los australianos y salgan a disfrutar de un buen ocaso. Es un buen momento para meditar y es de los pocos espectáculos que siguen siendo gratis…. de momento.
0
Bablofil
Thanks, great article.